viernes, 18 de abril de 2014

Construir un discurso maternal (decente)

Hace tiempo que tenía pendiente escribir algo en respuesta a este artículo de Beatriz Gimeno en la revista Pikara sobre la necesidad de que el feminismo elabore valientemente un discurso antimaternal. El otro día Maite Garrido Courel me envió unas cuantas preguntas sobre el tema para un reportaje en la revista Números Rojos, y cuando quise responder me salió un texto larguísimo, que es más o menos el que quería haber escrito, así que aquí lo vuelco, y agradezco a Números Rojos las preguntas, sin cuya presión seguramente no me habría puesto a ello.


Por supuesto, dentro del feminismo existe un discurso muy plural sobre la maternidad (y casi sobre cualquier otra cosa), de ahí que siempre estemos hablando de “feminismos”, en plural.
Sin embargo, yo creo –aunque es una opinión discutible, por lo que he pedido ver– que existe algo que podemos llamar "feminismo mainstream o institucionalizado" en el que la pluralidad se desvanece. Para ese feminismo, que es el más influyente en términos políticos (me refiero a política institucional, a influencia sobre las políticas de las administraciones públicas), la maternidad es, sobre todo, un punto ciego, igual que para muchas de las teóricas del feminismo clásico (a mí, desde luego, siempre me ha llamado la atención la cantidad de textos clásicos del feminismo que pasan de puntillas por un fenómeno tan central para las mujeres). 

Por ejemplo, en las miles de alusiones a la brecha salarial entre hombres y mujeres muy, muy pocas veces (por no decir ninguna) se habla del peso de la maternidad o los cuidados en la conformación de esta brecha. Y como este ejemplo se podrían buscar otros. Mi impresión es que se analiza desde una óptica de patriarcado clásico algunos fenómenos (como puede ser el de la discriminación laboral o salarial) que están muy ligados con la maternidad y los cuidados. Por supuesto, esta constatación no obturaría el debate sobre la opresión patriarcal ni restaría fuerza a las reivindicaciones feministas: pero sí las orientaría quizá por otros derroteros. 

Por ejemplo, tocaría abordar con decisión el tema de por qué son las mujeres las que siguen asumiendo mayoritariamente los cuidados, y –tema espinoso donde los haya– cómo se conjuga este dato con la (relativa) libertad de algunas mujeres para elegir su destino: la idea de que cualquier mujer que elige cuidar está siendo víctima de algún tipo de presión neopatriarcal no me vale. Es decir, soy consciente de que existe un inmenso número de mujeres para las que el cuidado no es una opción sino una obligación, y me parece fundamental luchar por su liberación. Pero de ahí no cabe concluir que el cuidado sea siempre una carga desagradable de la que debemos intentar deshacernos. Y desde luego, me fastidia profundamente ese tic de cierto feminismo que sólo reconoce la libertad de elegir de la mujer cuando ésta realiza la elección "correcta": realizarse a través del trabajo, amoldarse al modelo del trabajador varón adulto y autónomo... Muy especialmente cuando cada vez somos más, hombres y mujeres, quienes cuestionamos decididamente este modelo, que hace aguas por todas partes.

Se han hecho estudios, por ejemplo, sobre el número de mujeres (todas ellas bastantes privilegiadas en términos socioeconómicos y culturales) que estudian con muy buenos resultados másters como el famoso MBA y luego no ejercen en los mismos puestos de alto nivel que sus compañeros de clase. Casi siempre, la retirada de la dura carrera competitiva hacia la cumbre empresarial tiene lugar cuando esas mujeres deciden tener hijos. Algunas se van a casa a cuidar, otras eligen profesiones de menos prestigio y menos salario que les dejan más tiempo libre. Lo habitual es intentar analizar eso en términos de patriarcado y a mí, la verdad, me da un poco de rabia: es cierto que hay que preguntarse por qué ellas sí y ellos no, pero no vale hacerse la pregunta dando por supuesto que ellas pierden y ellos ganan, que ellas se someten y ellos eligen. A ver, ¿no son estas mujeres más sabias que sus compañeras y compañeros que trepan y trepan sin descanso en bufetes de abogados y empresas dedicando 12 o 14 horas al día al trabajo? ¿No deberíamos aspirar a que cada vez sea menor el número de mujeres y también de hombres que se dejan engañar por ese abusivo predominio del trabajo y lo económico en nuestras vidas? ¿No existe una presión tremenda –que se ejerce sobre hombres y mujeres, pero quizás más sobre los hombres– para que seamos individuos competitivos productivos y consumistas hedonistas? ¿No puede ser que estas mujeres estén aprovechando su posición ventajosa para desafiar esa presión mercantil? Puede que suene demasiado ingenuo, y ya sé que hasta que no hay mujeres en puestos de responsabilidad muchas veces las empresas no elaboran políticas de conciliación y demás. También sé que algunas de las mujeres que se retiran de la carrera hipercompetitiva lo hacen movidas por una rechazable ideología machista que sigue encuadrando a la mujer en el  hogar como su lugar natural. Pero el discurso estándar en estos casos a mí no me sirve. Me parece que debemos profundizar un poco más, sin miedo y sin prejuicios.


Por otra parte, los feminismos han tenido (y aún tienen) que librar una batalla muy, muy ardua por el derecho al aborto y la anticoncepción. En este sentido, es lógico que los esfuerzos se hayan centrado en la lucha contra la maternidad como imposición. Pero, por el camino, la reivindicación y el análisis de la maternidad deseada desde una óptica feminista ha tendido a quedar en los márgenes. Asimismo, el discurso de mi cuerpo es mío y yo decido, perfectamente razonable en la lucha por el aborto, también nos ha dejado en mala posición para reivindicar la maternidad como hecho social, o para reclamar la implicación de toda la sociedad en los cuidados de los hijos. Como decía Yvonne Knibiehler, una feminista francesa a la que admiro, una vez conquistado el derecho a no ser madres, nos queda conquistar el derecho a serlo sin perdernos en el camino. Y creo que somos muchas las mujeres que al tener hijos nos hemos sentido un poco huérfanas de discurso feminista en el que encajar, sobre todo cuando algunas hemos decidido que la maternidad “externalizada” (escolarización temprana, formas de disciplina encaminadas a conseguir que los críos no estorben, crianza y cuidados entendidos exclusivamente como una carga, etc.) no iba con nosotras.

Muchas feministas reivindican firmemente su derecho a no ser madres, y denuncian que en la sociedad patriarcal actual sigue vive la ideología que equipara el ser mujer con el ser madre y presiona a las mujeres para que seamos madres antes que ninguna otra cosa. Otras reivindicamos nuestro derecho a ser madres de ciertas formas que no encajan con el ideario feminista mainstream y aseguramos que las presiones que hemos recibido han ido más bien en dirección contraria: trabaja, consigue, trepa, logra, disfruta, goza, sigue con tu vida y no te enfangues en cosas de críos que no te van a reportar nada bueno. Por supuesto, cada una sabrá lo que ha experimentado en sus carnes o cuál de las dos presiones le ha resultado más molesta. 

Pero más allá de ese debate estéril que contrapone experiencias personales, creo que deberíamos hacer un análisis sosegado del mundo ideológico en el que vivimos. Según mi hipótesis, la presión patriarcal para identificar a la mujer con la madre es una ideología en retirada, una ideología secundaria, mientras que la presión antimaternal está en auge. La primera, la pro-maternal, es muy visible y directa y un tanto, digamos, ingenua. Y aunque no me extrañaría que en términos estadísticos aún hubiera más mujeres que se sintieran víctimas de esta presión, me atrevo a afirmar que está en decadencia en un sentido profundo. La segunda presión, la anti-maternal es más ladina y menos fácil de identificar. Está mezclada con la ideología productivista habitual de nuestras sociedades capitalistas, está mezclada con el consumismo y el hedonismo en el que nos hemos socializado, y recoge, para mayor confusión, muchos de los temas y conceptos del discurso feminista, lo que hace las cosas aún más complicadas. Así es como yo lo veo, al menos:  todo conspira para que “elegir” hijos aparezca como la elección incorrecta. 

Desde luego, para mí no tiene sentido que nos dejemos engañar por el discurso sensiblero, carca y muy de boquilla de “los niños son el bien más preciado” y “madre no hay más que una”: la realidad es que cuidar (y por tanto, también ser madre) aquí y ahora es duro y difícil y está muy desincentivado. 

Por otra parte, además de la maternidad como punto ciego o como silencio obstinado, ciertas facciones del feminismo más mainstream han sido abiertamente antimaternales. Es el caso de Simone de Beauvoir, por ejemplo, y de otras muchas para las que la pérdida de autonomía que supone asumir a fondo una relación de cuidado constituye un defecto inaceptable de la maternidad. Muchas feministas han identificado –correctamente, en mi opinión– la maternidad como fuente de opresión y sufrimiento en nuestras sociedades. Pero en lugar de luchar y denunciar este hecho, han preferido dar la espalda a la maternidad, confundiendo, tal vez, los problemas que entraña la maternidad en una sociedad como la nuestra con problemas intrínsecos de la maternidad.

Para muchas feministas las reivindicaciones actuales de una maternidad intensiva en tiempo y esfuerzo (con sus concreciones en forma de lactancia prolongada, colecho, escolarización tardía, educación no autoritaria, etc.) suponen un paso atrás y una atroz pérdida de autonomía. Es curioso, porque a mí me parece tremendamente evidente que la mayor pérdida de autonomía que existe en este mundo y el principal sumidero de tiempo y esfuerzo, es el trabajo asalariado, y sin embargo no suelo oír tantas quejas... 


El otro día, en un foro de Internet, una madre que se preguntaba cómo podría ser una crianza feminista. Decía algo así como: “¿sería aquella que disciplina a los niños para que no obstaculicen la realización personal de la madre adaptada al molde del varón? ¿o sería más bien aquella que, partiendo del conocimiento de la posición del débil y el oprimido, establece lazos de solidaridad y unión con los niños, que son también débiles y oprimidos en nuestras sociedades?”. Obviamente, la forera era partidaria de la segunda opción. Y creo que yo también. Ahora bien, como sucede siempre, las cosas se complican porque en esta reivindicación neomaternalista que yo, en términos generales puedo defender o compartir, hay también compañeros de viaje muy indeseables, y posturas muy excesivas y olímpicas, que no tienen en cuenta el tipo de sociedad en el que se articulan. Pero sea como sea, no todo se reduce a una ofensiva neomachista legible en términos de lucha de sexos y explicable por la negativa de los hombres a perder privilegios, ni creo que pueda considerarse en términos generales un paso atrás.


Precisamente, creo que si los feminismos abrieran sus oídos a estas reivindicaciones maternales conseguiríamos entre todas elaborar discursos mucho más matizados, que no dejaran a tantas madres huérfanas de feminismo, y podríamos luchar más eficazmente contra los elementos machistas de estas ideologías, sacando a la luz los aspectos potencialmente liberadores de la maternidad intensiva, y luchando de paso contra esos estereotipos maternales que nos encasillan, como denunciaba Brigitte Vasallo en Pikara con tanta razón (estereotipos que, por cierto, también resultan opresivos para los hombres que asumen la responsabilidad del cuidado). 

Para terminar, y por volver un poco al texto de Beatriz Gimeno, hay dos puntos en su artículo que me descolocan bastante: 

1- El primero es la confianza y seguridad con las que parece plantear que el tema de la maternidad AL COMPLETO se dirime en al ámbito de lo social y cultural, excluyendo por principio cualquier consideración natural, biológica o animal. Gimeno parece estar totalmente segura de que la “compulsión” a la maternidad es puramente social y cultural, que el deseo de ser madre es un deseo socialmente construido, que el amor a los hijos una vez que los tienes es un fenómeno puramente social y, por tanto, tan natural o tan poco natural es quererlos como no quererlos… En definitiva, tal como yo lo veo, al discurso de Gimeno le sobra constructivismo social. Es un asunto, el del constructivismo social, que me da mucha rabia, no porque no coincida con mi opinión, sino porque me parece que hacemos muy mal en dejar el tema de la naturaleza mayoritariamente en manos de gente que pasa alegremente de defender la existencia de una base biológica para la respuesta cuidadora ante una cría, a decir que la evolución ha hecho que las mujeres seamos empáticas, torpes para las matemáticas y monógamas, mientras ellos son competitivos, promiscuos y no sé qué más. Creo que las personas razonables, progresistas y feministas hacemos muy mal en dejar (casi) todo ese ámbito de reflexión en manos de sociobiólogos y psicólogos evolucionistas. 

Es curioso porque si en vez de hablar de maternidad estuviéramos hablando de sexo, por ejemplo, dudo que todo el tema se enmarcara en lo social y cultural: es decir, nuestro deseo sexual está profundamente moldeado por lo cultural y social, y sin lo social y lo cultural apenas es nada. Pero creo que nadie niega que existe en nosotros una pulsión sexual animal, natural, biológica o como queramos llamarla. Y el hecho de que existan personas que se abstienen del sexo, o incluso gente a la que el sexo le repugna, no contradice esa aseveración. ¿Por qué estamos dispuestos a aceptar cierta animalidad para algunas cosas y no para otras?


2- El segundo punto que me desconcierta, que creo que está relacionado con el primero, es lo que dice en torno a la idea de la mala madre y sus dudas acerca de la obligatoriedad de amar a los hijos. Gimeno dice que el hecho de que la mera idea de ser mala madre nos resulte devastadora es síntoma de lo “férreo que es el control sobre la maternidad y, por ende, sobre las mujeres”. Creo que se trata de otro fruto de su constructivismo social, para el que –caricaturizando un poquito- si dios ha muerto, todo está permitido; o sea, si no hay naturaleza, todo son opciones culturales igualmente válidas: se puede querer a los hijos o no quererlos, se puede ser buena madre o mala madre, se puede ser madre y después arrepentirse, y todo es perfectamente razonable, válido, lógico… Se trataría, en suma, de meras prácticas sociales o culturales algunas de las cuales reciben la sanción de nuestra sociedad (o están impulsadas por el patriarcado) y otras no, pero podría ser de otra manera. 

Pues bien, yo no estoy de acuerdo. Y no lo estoy en al menos dos planos: por un lado, como ya he dicho, le reconozco un cierto papel a la biología en todo esto (por cierto que la biología enseña, entre otras cosas, que, en ciertas condiciones particularmente duras, la respuesta maternal más razonable en términos evolutivos es el aborto, la supresión de la fertilidad o el infanticidio; es decir, la naturaleza no es sólo ni siempre una fábrica de "buenas madres"). 

Por otro lado, aun dejando de lado la biología, creo que la red de relaciones sociales en la que vivimos, esa red de reciprocidades en la que estamos siempre inmersos y que nos sostiene (y de la que forma parte la maternidad), exige el cumplimiento de ciertas normas, de ciertas obligaciones morales. No puedes tener hijos y luego mandarlos a una exclusa como hizo Rousseau. Eso está feo. Aquí y en Pernambuco. Por eso, entre otras cosas, es fundamental luchar contra la maternidad como imposición, y es fundamental también luchar por conseguir unas condiciones sociales decentes en las que poder tener hijos, cuidarlos y quererlos sin que eso suponga sufrir como una mula y vivir en algo parecido a un arresto domiciliario; unas condiciones sociales que no pongan a la madre entre la espada y la pared, haciéndole tantas veces sacrificar totalmente su bienestar por el de sus hijos o, algunas veces, viceversa. 

¿Por qué el amor de una madre ha de ser incondicional  –se pregunta Gimeno– cuando el del padre no lo es? Me parece evidente que la pregunta correcta es: ¿cómo es posible que, tantas veces a lo largo de la historia, el amor del padre no haya sido incondicional y cómo podemos conseguir que lo sea siempre y en todo momento? Porque el amor de una madre (sea madre o padre o lo que sea, es decir, el amor de la persona, hombre o mujer, que asume a fondo el cuidado de un niño) por supuesto que debe ser incondicional. ¿Qué significa esto? Pues que no puede estar condicionado a si el crío sale listo o tonto, guapo o feo, gracioso o sosaina. Y es que de eso tratan los compromisos: de estar ahí aunque no te apetezca, de “amar” aunque quizá pudieras desear que la persona a la que estás amando fuera de otro modo. Quizá el problema sea nuestro concepto de amor: si creemos que todo tienen que ser rosadas estampas almibaradas, es posible que nos llevemos un chasco. Y parte del problema puede ser también la difundida idea de que cada relación social de la que formamos parte ha de ser elegida, deseada y, a ser posible, revocable. 

En el contexto que nos ocupa, amar debería significa estar ahí, cuidar, respaldar, apoyar, respetar, ayudar y un largo etcétera que no tiene nada que ver con elegir, desear, apetecer y ese otro largo etcétera de verbos a los que estamos demasiado acostumbrados en nuestras sociedades consumistas. Si luego resulta que te apetece y deseas cuidar a tu hijo, respaldarlo, apoyarlo, etc., pues mejor que mejor. Y aquí aparece de nuevo el comodín de la naturaleza que seguramente es responsable, al menos en parte, de que la mayor parte de la gente encuentre gratificante tener hijos, criarlos, cuidarlos, amarlos. Sobre todo cuando las condiciones sociales acompañan...


21 comentarios:

  1. Hola Carolina, te sigo y comparto contigo muchas cuestiones desde un compromiso feminista, especialmente la parte relativa a la ética de los cuidados como responsabilidad (social, ciudadana, no solo femenina) para una posible emancipación política, que sería al mismo tiempo emancipación de las mujeres.

    Pero hay una cuestión en tu discurso que echo en falta, y es qué significa la maternidad para otros modelos de familia que no sea la nuclear heterosexual. ¿podemos hablar de maternidad fuera de ello? yo pienso que sí, y que tal cuestión pasa a cuestionar de manera directa la maternidad como un esencial femenino. Porque capitalismo y patriarcado sacan beneficio no solo de nuestro trabajo de cuidados no remunerado, sino de la estructura misma de la familia nuclear heterosexual a través de la división sexual del trabajo.

    No sé si es necesario un discurso maternal, pero lo que si veo necesario, es que sea un discurso abierto al ejercicio de los cuidados compartido, abierto a su vez a la diversidad familiar. Que denuncie además la pérdida de derechos a la que nos están sometiendo de nuevo, relegándonos al espacio de lo privado como único espacio posible. Sobretodo parece necesario un discurso que desmonte la idea generalizada de que una mujer es solo mujer cuando es madre, tan sostenida por los círculos más conservadores.

    Hablar de las condiciones para la maternidad exige una reflexión sobre los modelos familiares. Para hablar de autonomía y cuidado es necesario salirse de la perspectiva de la familia tradicional. Es difícil crear las condiciones para el amor incondicional, el cuidado y la autonomía en un sistema que me explota y se sirve de mi cuerpo, de mi sexo, de mi trabajo afectivo. Hablas de elegir cierta maternidad, pero creo que tal cosa solo es posible sin hacer un análisis profundo sobre los determinantes que se nos imponen, siendo pobre o lesbiana, por ejemplo. Por otro lado, con coincido contigo en que esté de retirada el discurso de que la mujer tiene que ser madre, al menos es uno de los objetivos que entiendo, tiene la nueva reforma de la ley del aborto.

    Un abrazo

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    1. Hola, pensaba que, aunque no abordo de manera directa el tema de otros modelos familiares, se entendía que no tengo particular querencia por el modelo tradicional, ni mucho menos. De hecho, procuro siempre aclarar que cuando digo "madre" me refiero a cualquiera, hombre o mujer, que asuma a fondo el cuidado de una criatura.

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    2. Hola Carolina, veo mucho sesgo en tu trabajo y tu opinión porque en la vida real las cuidadoras lamentablemente siguen siendo en su gran mayoría las mujeres no hombres, por mucho que te gustaría ignorar esta realidad y poner "madre" a ambos sexos. No, las "madres" siguen siendo las mujeres cargando con todo y los padres en su gran mayoría sólo trabajan. Los cuidados y el trabajo en el hogar (si hablamos de ello como deber y no como preferencia) deben ser compartidos al 50% por ambos sexos, de esta manera a ellos les sería imposible trabajar 12-14 horas diario, ser directores de empresas sin compartir el poder con las mujeres y por ende todo el sistema neoliberalista tendrá que cambiar radicalmente. Ésta es la clave para el verdadero cambio y en parte debe ser impuesto por las leyes. Saludos

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  2. Por cierto, hablas de la mutilación que supone como madre "externalizar" los cuidados. Pero yo me pregunto, sin perder el hilo acerca otras modalidades familiares posibles, y con ello otras maternidades posibles (y mas: con ello, un desmontaje de la maternidad como hecho natural); ¿es posible considerar una maternidad socializada, implicada en el cuidado compartido, como compromiso posible? Creo firmemente que la reivindicación de un discurso maternal debe ir por ahí.
    Caes en la trampa de naturalizar la maternidad. Hay más oposiciones al discurso antimaternal que no son el maternal que propones.
    Creo que se trata, de ampliar el horizonte para otras maternidades posibles.
    Como espacio de resistencia y afecto, también es posible desde otros modelos no tradicionales. No paro de pensar que defiendes un discurso clasista y finalmente, moralizador de la condición femenina.

    Abrazos

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    1. pues moralizador puede que sí. Clasista confío en que no. De hecho, una de las cosas que intento denunciar es que cuidar personalmente de los propios hijos, o amamantarlos, son "bienes" desigualmente distribuidos que, cada vez más, están solo al alcance de los que tienen dinero.
      En cuanto a si naturalizar la maternidad es o no una trampa, ahí está el debate. Para ti es una trampa, para mí es algo que ha funcionado muchísimo tiempo como trampa contra las mujeres (y contra los hombres, si me apuras), pero también veo que esconde una base real que no creo que debamos empeñarnos en negar. Maternar es un hecho social. Amamantar es un hecho social. Follar también lo es. Pero los tres tienen "algo" de natural. Creo yo.

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    2. "Pero -es legítimo preguntarlo- esta idílica representación de una vida construida enteramente al rededor de la reproducción de uno mismo y de los otros, ¿no es la vida que siempre han llevado las mujeres? ¿no estamos escuchando de nuevo la misma glorificación del trabajo doméstico, que ha servido tradicionalmente para justificar el estatus no remunerado del mismo mediante la contraposición de esta frente a las presumiblemente egoístas aspiraciones de aquellas que demandan que se les pague por su trabajo? Por último, ¿no nos estamos enfrentando de nuevo con una variante del viejo racionalismo utilizado tradicionalmente para enviar a las mujeres de vuelta a casa?"

      Creo que esta frase de Silvia Federici resume bastante una posible crítica a lo que planteas. Creo que amamantar y criar puede ser un bien para ciertas clases acomodadas, pero también una obligación para las mujeres con menos recursos. y ya no solo desde una perspectiva material y económica, sino cultural, y,( es donde iba) moral, asumida de lo que debe ser una madre y mujer en determinados espacios, y sus retribuciones de todo tipo (aceptación social, apoyo económico, etc).

      Gracias por la aclaración, es un debate interesantísimo

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    3. Me han despertado algunas respuestas tus preguntas y, humildemente, las expongo:
      " ¿no es la vida que siempre han llevado las mujeres?
      Sí y no. Hay un aspecto esencial en esta maternidad de crianza con apego, la libertad de elección. No lo hacemos porque sea el mandato cultural imperativo (de hecho no lo es: 1,3 niños/mujer y guarderías de 0 a 3 años); lo hacemos porque queremos y eso nos empodera.

      ¿no estamos escuchando de nuevo la misma glorificación del trabajo doméstico, que ha servido tradicionalmente para justificar el estatus no remunerado del mismo mediante la contraposición de esta frente a las presumiblemente egoístas aspiraciones de aquellas que demandan que se les pague por su trabajo?
      Creo que nadie negaría la posibilidad de una renta básica o el reconocimiento del trabajo doméstico en posición de igualdad con el laboral. Como sociedad pagamos lo que valoramos, ¿qué pasaría si valoráramos el trabajo doméstico?

      Por último, ¿no nos estamos enfrentando de nuevo con una variante del viejo racionalismo utilizado tradicionalmente para enviar a las mujeres de vuelta a casa?
      Con la crisis están volviendo a casa mujeres y hombres y jóvenes y tendremos que ver cómo gestionamos un modelo productivo que no puede acogernos a todos.
      Y creo que los feminismos (hay muchos) no han de olvidar las diferencias de clases. A veces pienso que solo desde un status muy particular pudieron creer que la realización iba a venir de la mano del trabajo asalariado, ¿la realización de quien? ¿la de la cajera de un súper, la limpiadora, la secretaria...? ¿De verdad, esos trabajos (y otros muchos) realizan per se a un ser humano? Eran las burguesas las que querían acceso al mercado laboral (al intelectual, no manual); las pobres ya trabajaban. Las pobres han trabajado toda su vida.
      Y respecto al esencialismo, yo diría que tiene que ver con la obligatoriedad de ser madre si eres mujer. Creo que todas estamos de acuerdo en que no. Pero no estoy dispuesta a discutir si mis mamas sirven para amamantar a mi cría o mi sistema endocrino funciona para provocar conductas de su cuidado. Eso lo doy por descontado, como que mis riñones filtran y mi corazón bombea y no por eso tengo un discurso esencialista sobre el ser humano.
      Sobre el tema escribí un post: http://estudiosobreelutero.blogspot.com.es/2014/04/madre-pero-no-mucho.html
      Gracias por el post, muy acertado.

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  3. Tan interesante como siempre. Sólo un apunte sobre algo que intenté señalar en la reseña de tu libro que saqué en Diagonal. Como muy bien dices, no hay que dejarle lo biológico/natural al enemigo. Yo añadiría que, por fortuna, existen otras perspectivas alternativas a la sociobiología y a la psicología evolucionista, como las del antropólogo Tim Ingold o algunos biólogos evolucionistas que adoptan el enfoque evo-devo (evolutionary developmental). También existen, en neurobiología, perspectivas alternativas al cerebrocentrismo, como las del construccionismo neural o la neuropsicología de tradición soviética. Recurriendo perspectivas como esas, no tiene mucho sentido afirmar que las mujeres son por naturaleza empáticas o torpes con los números, pero creo que tampoco tendría sentido afirmar que nacen con una inclinación al comportamiento maternal. No pienso que para politizar la maternidad necesitemos una base biológica. La cuestión de fondo es que no hay una flecha causal que vaya desde los genes hasta el comportamiento pasando por el cerebro. El desarrollo de un organismo humano y las regularidades a que obedece su comportamiento son algo mucho más complejo. En vez de de pensar lo biológico en términos de base (algo primigenio o un cimiento) deberíamos pensarlo como un componente más al lado de otros, entre los cuales son imprescindibles las condiciones socioculturales e históricas (son las que especifican la vida real de cada cual). De hecho, ni siquiera hay por qué suponer que el sexo sea una “pulsión” natural. Si nos parece natural es porque ha existido Freud y porque desde el siglo XIX la sexología ha naturalizado el sexo y lo ha convertido en una realidad definitoria de la identidad humana.

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    1. Bueno, sin duda para contestarte bien debería saber tanto como tú, y no es el caso. De todos modos, cuando uso la expresión "base biológica" no quiero dar a entender que sea el cimiento sobre el cual se edifica, y que si excavas puedes llegar a desenterrarlo: para nada. Más bien creo que hay una imbricación total entre lo natural y lo cultural.
      En cuanto al sexo como pulsión natural, creo que es precisamente lo que yo digo: somos ideológica o sociológicamente favorables a reconocer el componente animal o natural en el sexo, y no en la maternidad. ¿Por qué?
      Creo que la parte gorda del debate se juega en el terreno de lo ideológico, no en el de las pruebas científicas a favor de una u otra teoría.
      Por lo demás, para mí sexo y maternidad son dos casos muy parecidos: que el sexo sea (entre otras cosas) natural no significa EN ABSOLUTO que sea desnudamente natural, ni que sea uniforme, ni universal su expresión, ni normativo, ni nada de eso que los partidarios del constructivismo social parecen entender cuando uno reivindica humildemente cierta vertiente natural en la maternidad o en la disposición a dar una respuesta cuidadora ante una cría...
      Gracias, por lo demás, por la interesante aportación: a ver si saco tiempo para leerme algo de lo que dices.

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  4. Magnífica respuesta a ese texto de Gimeno, realizado desde la más absoluta racionalidad egoísta. Es terrible que a veces desde algunas posturas feministas se vea el trabajo como tabla de salvación frente al patriarcado. Quien ve esto, ¿en qué y en qué condiciones ha trabajado en su vida?

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  5. Hola Carolina, yo también escribí sobre el artículo de Beatriz Gimeno. Te dejo el enlace por si te interesa: http://lasinterferencias.blogspot.com.es/2014/02/un-analisis-del-articulo-de-beatriz.html

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  6. Excelente, Carolina. Estoy totalmente de acuerdo contigo.Echaba tanto en falta un discurso como el tuyo en los feminismos españoles !!!!!(ya sean mainstreams, queers, etc).

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  7. Pienso que las sociedades humanas nuestra forma natural de vivir es en tribus o en clanes, esto no lo digo en broma. Obviamente con la aparición del Estado y las sociedades complejas, sobre todo las industriales cada vez vamos nos volvemos individualistas, dependientes de la tecnología, esclavos de la economía, pero lo que se trata es LA SOCIEDAD DE MASAS. Las masas son millones de individuos como hormigas, pero sin identidad sólo INFLUIDAS por quién acumula el poder, la publicidad, el mercado, el estado y esto es muy PELIGROSO, ya no tienes control sobre lo exterior y éste te domina a ti. ES UNA TRAGEDIA. Necesitamos volver al contacto de tú a tú con pocos miembros.

    Esa relación directa tanto con el jefe de la tribu o con el vecino en una aldea, ESO NO EXISTE YA.

    ¿Quién lo ha sustituido? EL PODER.

    Sl2

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  8. Muy bien contestado. Comparto y me lo aprendo un poquito para cuando me pregunten..¿y tu que piensas sobre el artículo de Beatriz Gimeno? ;) Feliz día de la madre, ya puestas...

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  9. Me ha impactado mucho tu texto, estoy completamente de acuerdo contigo, y, como tú, también me he sentido una huérfana del ideario feminista cuando decidí ser madre. Para afrontar la maternidad tuve que enfrentarme a muchas dudas; a pesar del feminismo, o gracias a él, decidimos criar a nuestras hijas a través del parenting attatchment y el respeto absoluto, y creo que la decisión ha sido la correcta, los hijos no estorban, al revés, suman en la tarea feminista, en mi caso concreto siento que tengo la capacidad de hacer el mundo un poco mejor educando a mis hijas en la igualdad, el respeto y la no violencia. Pero también entiendo a la que no tiene instinto maternal, en definitiva, el feministo debería hacernos respetar todas las opciones (o casi todas).
    En tu discurso, sin embargo, falta algo que a mí me parece fundamental, y es el reparto de tareas en el hogar. Creo que es el germen de la coeducación para formar niños y niñas en igualdad. A día de hoy todos y todas trabajamos, tenemos vida social, crianza de hijos... pero el reparto de tareas en casa sigue estando descompensado. Y la maternidad descoloca eso todavía más.
    ¡Gracias por tu texto!

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  10. Es lo que tiene la Gimeno, en su lucha contra los hombres parece que quiera convertirse en uno de ellos...

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  11. Hola! Hoy y mañana estará Silvia Federici en Madrid. A ver si vas y te saludo. Te dejo la reseña que hice de su libro: http://lasinterferencias.blogspot.com.es/2014/04/revolucion-en-punto-cero-de-silvia.html

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  12. No sé si he puesto el enlace: "Lactancia y Menstruación en Perspectiva Cultural, un artículo de Barbara B. Harrell (1981)":

    http://lasinterferencias.blogspot.com.es/2014/06/lactancia-y-menstruacion-en-perspectiva.html

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  13. Hola Carolina.
    Muy interesante tu artículo. Estoy muy de acuerdo en líneas generales, aunque se me queda un poco floja esa crítica al constructivismo sociocultural que apuntas. No digo que no exista un sustrato biológico. Lo que creo es que resulta muy difícil desarrollar una estrategia de identificación de dicho sustrato que no esté culturalmente construida y que por tanto esconda unos intereses, unas intencionalidades y unas relaciones de poder concretas. En otras palabras, se me antoja que cualquier intentona para establecer qué es lo natural en última instancia lo que pretende es "autorizar" una práctica que es puramente cultural e histórica. Y a mi esta es una de las cuestiones que más me pesan en los discursos pro-maternales que circulan hoy en día. Además, considero que es totalmente innecesario justificar muchas prácticas amparándose en su carácter más o menos "natural". Por ejemplo, no logro entender que sea necesario defender la lactancia materna porque es "lo más natural". Considero que la lactancia materna, como tantas otras cosas, debería articularse como algo experiencial: ¿quiero o no quiero tener esa experiencia? ¿Creo que me enriquecerá? ¿Qué problemas voy a encontrarme por el camino, cómo los voy a solucionar y qué apoyos tengo?
    Por otro lado, sí que es cierto que he percibido que existen en mi entorno reacciones maternales que en cierta forma podrían parecer "contra-culturales", en el sentido de que van en contra de las prácticas culturales socialmente aprendidas, y que muchas veces es difícil no entenderlas y justificarlas como algo "impulsivo" o "natural". Me refiero, por ejemplo, al colecho o la lactancia a demanda. Prácticas mal vistas socialmente, que no se entienden, pero que de alguna forma aquellas que las practicamos hemos elegido después de entablar lo que puede ser sentido como una especie de lucha entre lo natural y lo social. Y además parece difícil explicarlo de otra manera.
    Pero aún así, me sigue chirriando cualquier acepción que utilice el término "natural" para afrontar estas cuestiones y creo que deberíamos tratar de mantener la argumentación siempre en el plano de lo experiencial.
    Por lo demás, estoy muy de acuerdo con tu punto de vista acerca del valor público de la maternidad.
    Un saludo,
    Paula Martos

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  14. Hola Carolina. Estoy terminando de leer tu libro, realmente me siento muy identificada con tus planteos. Cada párrafo me dispara preguntas e ideas que anoto para seguir escribiendo luego por ahí. Qué necesario es este debate para seguir desmitificando y deconstruyendo los discursos maternales imperantes.
    Un abrazo desde Buenos Aires.

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